jueves, 17 de febrero de 2011

¿Cómo cambiar nuestra manera de pensar?

De lo más lamentable que le puede suceder a una sociedad arrumbada en la decadencia, establecida en disconformidad con la moral, separada de los principios y que se encuentra  consumida en su propia concupiscencia es que los hijos de Dios se encuentren  impermeabilizados a la misericordia, la bondad, la benignidad y esten revestidos de indiferencia, intentando hurtar la potestad de Dios haciéndose jueces de sus semejantes. 
  
Pero la peor crisis que puede vivir la humanidad se vislumbra cuando los autoproclamados cristianos se encuentran en una peor decadencia que la de los llamados inconversos, ajustándose a sus parámetros para vivir en búsqueda de su beneplácito, consumiendo toda su ideología y costumbres lo que lleva a considerar factible aquello que es despreciable ante los ojos de Dios; todo esto se debe a que durante muchos años se ha acuñado una falsa percepción que se ha vuelto una forma de vida dentro del pueblo del Señor y es la idea errónea de que para ir al cielo y convertirse en una persona del total agrado de Dios solo basta con hacer una oración aceptando a Cristo como salvador y congregarse regular o irregularmente en una iglesia cualquiera.

Miremos lo que dice la Biblia en Romanos 12:2 “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto.” (V. Dios habla hoy)

No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente.  Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. (NVI)

Es imprescindible que el pueblo de Dios derribe esa ingenua y hasta irresponsable idea de pretender que Dios es quien debe hacer todo por ellos y que entienda que el caminar con Jesús es un camino de muerte continua la cual lleva a una transformación renovadora que finalmente va a redundar en los frutos que anhela Dios. Pablo dice en su carta a los Filipenses 2:12 “…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (VRV)

En este punto surgen los interrogantes ¿Cómo puedo yo renovar mi mente? ¿Qué puedo hacer yo para ocuparme de mi salvación? Pues es indudable que quien hace la obra renovadora en nosotros es Dios, a través de Cristo, pero esto no sucede de la manera en que los seres humanos creen, es decir solamente pidiéndole a Él y esperando que la súbitamente cambie todo de repente, Dios no hace magia, hace milagros, pero los milagros se logran a través del actuar de sus hijos mediante procesos. Dios trino se ha dado a sus hijos totalmente por amor, el Padre a parte de dar a su Hijo como expiación única y suficiente por nosotros, nos dejó su mismo Espíritu para que a través de Él la obra de Jesús siga manifestándose en nuestras vidas y adicionalmente nos dejó su voz, el decreto de su voluntad que es Su Palabra, y es solamente con estas herramientas que nuestra mente puede ser liberada de la influencia externa y renovada, la clave está en ir a Él en comunicación constante y conjuntamente leer, memorizar, meditar, estudiar, enseñar, y sobretodo, aplicar SU PALABRA.

Podemos resumir que una mente que no ha sido renovada es la mente de un cristiano que tiene en poco la Palabra de Dios y la oración, como resultado de ello se desvía en medio de los engaños de su corazón, confía en su propia sabiduría y se vuelve en una presa fácil de todo lo que lo rodea.

Dios nos insta a leer su Palabra porque es a través de este medio que Él puede ayudarnos a renovar nuestra manera de pensar y de vivir.  “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (VRV) Hebreos 4:12.  Solamente la Palabra nos puede guiar paso a paso por el camino recto y hacer claro su propósito para nuestras vidas "Lámpara es á mis pies tu palabra, y lumbrera á mi camino.” (VRV) Salmo 119:105.  

Mi llamado es a que le demos toda la relevancia que tiene la Palabra de Dios y cada vez que la escuchemos o la leamos ella se vuelva parte de nuestra manera de ser ya que solo así podemos acercarnos sin temor al Espíritu Santo y podremos permitir que Él nos ayude a obrar la voluntad del Padre en todas las áreas de nuestra vida.  Recordemos lo que dice en  Santiago 1:24-25 “Porque si alguno oye la palabra, y no la pone por obra, este tal es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se consideró á sí mismo, y se fué, y luego se olvidó qué tal era. Mas el que hubiere mirado atentamente en la perfecta ley, que es la de la libertad, y perseverado en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este tal será bienaventurado en lo que hace.”(VRV.

Oro al Señor para que su vida sea bendecida a través de esta publicación y que la sabiduría de Dios descienda sobre sus vidas.

Débora, la inspiradora "abeja".

Este es un apasionante relato que se encuentra en Jueces 4-5 en donde una vez más se muestra el magnífico amor de Dios versus el contumaz actuar de su pueblo. Se ve como Dios utiliza a las personas dispuestas, sin importar su sexo ni condición, sino la pasión por Él, la obediencia a Su Palabra, el accionar de la fe y toda actitud profética encaminada hacia exhortar, confortar e incitar a los más débiles a seguir al Dios Verdadero. Confío que a través de este relato Dios se manifestará en sus vidas fortaleciendo su fe y animando su ser a someterse a toda obediencia a Su Palabra.

Al fallecer Moisés, Josué continuó con la tarea de introducir al pueblo de Israel a la tierra de Canaán, éste siempre veló porque la gente entendiera que el cumplimiento de las promesas que Dios había dado de bendecir a Israel dependía de la obediencia, lo cual logró en parte, sin embargo, tras su muerte a los 110 años, con él partieron todos sus coetáneos dejando tras ellos una nueva generación díscola, con una defectiva formación moral, que no conocía a Jehová ni la obra que Él había hecho por Israel, la consecuencia de esto desembocó en un caótico período entre los años 1380 y 1050 en donde fruto de la ausencia de un líder cada cual hacía lo que a bien tenía, y su servicio a los dioses cananeos quebrantó el pacto con el Señor. No obstante, el gran amor de Dios por su pueblo y el clamor genuino del remanente que le honraba lograron varias veces que Jehová atendiera sus súplicas ungiendo con su Santo Espíritu a líderes civiles y militares para que trajeran la libertad a Su pueblo, estos eran llamados “jueces”.

Otoniel, Aod y Samgar fueron los tres jueces varones que antecedieron a la “abeja”, arquetipo del primer matriarcado señalado en la Biblia. Ante la deplorable situación de los hombres que la rodeaban, varones débiles de carácter, faltos de fe, sin interés por el compromiso, desprovistos de liderazgo, cortos de visión y escasos de claridad en su propósito, hacia el año 1.125 antes de Cristo, Dios se vale de DÉBORA (abeja en hebreo), UNA MUJER, esposa de Lapidot (de quien no se dice ni una palabra distinta en las escrituras aparte de mencionar que fue su esposo, pero su nombre sí nos dice mucho, porque nos acota que este varón era una antorcha encendida, de lo cual me atrevo a especular que a causa de esto el espíritu de su esposa fue encendido y empoderado por el Santo Espíritu de Dios) que vivía entre Rama y Betel, en tierra de Efraín, tierra montañosa que aún conservaba su libertad debido a su condición geográfica.

Débora había inspirado a Efraín a la resistencia, ella era llamada «la madre de Israel», era astuta, denodada y tenía el don de la profecía y del canto. Les recordaba a sus compatriotas en las montañas la historia de la liberación de Egipto, el paso por el Sinaí, y les profetizaba días mejores en el futuro. Como juez, administraba justicia y les daba consejos. Su reputación era sólida y les inspiraba confianza.

Debido a la recurrente desobediencia de Israel Dios lo entregó en mano de Jabín, rey de Canaán quien había oprimido cruelmente al pueblo durante 20 años cuando Débora fue comisionada por el Espíritu Santo a que enviara por Barac para dirigir una campaña militar para contrarrestar los ataques de Sísara, el comandante de las fuerzas armadas de Jabín, misión que ella cumplió a cabalidad animándole y profetizando siempre en nombre de Jehová.

"¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel?"

"Y yo atraeré...a Sísara...y lo entregaré en tus manos."

Este Barac, carente hasta de fe en sí mismo, condicionó su partida a la compañía de Débora quien no se negó, pero le advirtió que la gloria de la victoria que obtendrían no le pertenecería a él, en cambio, Dios se la daría a otra mujer.

Partieron entonces Débora, Barac y junto a ellos 10.000 hombres, y una vez avisado Sísara que los hombres de Barac estaban enlistados para la pelea reunió su arsenal y se fue con todo el pueblo que con él estaba, en ese momento Débora empoderó a Barac profetizando, logrando así la victoria sobre todo el ejército enemigo

"Y la mano de los hijos de Israel fue endureciéndose más y más contra Jabín rey de Canaán, hasta que los destruyeron." (Jueces 4:24)

Más aún, Sísara reconociendo su derrota, abandonó sus carros y caballos y huyó a pie hasta el campamento de Heber el ceneo, quien se había separado de su tribu y estaba habitando en Cedes. Allí encontró Sísara su destino en JAEL, esposa de Heber, cuando la mano de esta mujer fue movida a razón de su celo por Jehová y acabó con su vida con una estaca y un martillo.

Luego viene el hermoso canto de triunfo que compuso Débora en todo el capítulo 5 de jueces, el cual los invito a leer y meditar: "…Las aldeas quedaron abandonadas en Israel, habían decaído, hasta que yo Débora me levanté, me levanté como madre en Israel..." (Jueces 5:7)

Esta historia ilustra y resalta la gallardía de una mujer, de una esposa, de una sierva del Señor, quien reunió las cualidades necesarias para ser depositaria del Espíritu Santo, tener un propósito en su vida y ser encomendada a la importante misión, cualidades que no provienen de esfuerzo propio, sino del amor y el anhelo por servir a Dios, estas, sólo llegan a nuestras vidas a través de vivir Su Palabra: OBEDIENCIA y FE. De nada sirve si Dios tiene un gran propósito para nuestras vidas si cuando Él nos hace el llamado y no acudimos o nos conducimos sin fe, la sabia respuesta a una orden del Señor es: Yo iré.